Continuamente débil

Continuamente débil

La vida cristiana implica reconocer cada día nuestra propia debilidad, de modo que confiemos en Cristo y no en nuestras propias fuerzas.

2 Crónicas 16

  1. En el año treinta y seis del reinado de Asa, subió Baasa, rey de Israel, contra Judá y fortificó Ramá para prevenir que nadie saliera o entrara en ayuda de Asa, rey de Judá.
  2. Entonces Asa sacó plata y oro de los tesoros de la casa del Señor y de la casa del rey, y los envió a Ben Adad, rey de Aram, que habitaba en Damasco, diciéndole:
  3. «Haya alianza entre tú y yo, como hubo entre mi padre y tu padre. Mira, te he enviado plata y oro. Ve, rompe tu alianza con Baasa, rey de Israel, para que se aparte de mí».

Años atrás, Asa había liderado un ejército de aproximadamente 580 mil soldados en una lucha contra una fuerza de 1 millón, y había prevalecido con la ayuda del Señor, en quién se apoyó, reconociendo su propia debilidad (2 Cr 14:11). Ahora viene Israel y lo pone en una situación apretada, pero en esta ocasión, Asa recurre a los tesoros de la casa del Señor para pedir ayuda de un pueblo pagano (2). El capítulo retumba nuestros corazones con las palabras del Señor en boca del vidente Hananí: “Por cuanto te has apoyado en el rey de Aram y no te has apoyado de Dios… desde hoy habrá guerra contra ti”.

Así como Asa, somos nosotros. Olvidamos lo que Dios ha hecho y empezamos a confiar en nuestras propias fuerzas y recursos, a confiar en el mundo y sus pensamientos, o incluso a usar lo de Dios para nuestros propios propósitos, en vez de clamar justo como el mismo Asa una vez declaró: «Señor, no hay nadie más que Tú para ayudar en la batalla entre el poderoso y los que no tienen fuerza. Ayúdanos, oh Señor Dios nuestro, porque en Ti nos apoyamos y en Tu nombre hemos venido contra esta multitud. Oh Señor, Tú eres nuestro Dios; que no prevalezca ningún hombre contra Ti».(2 Cr 14:11)

Siglos más tarde, el Hijo del Hombre diría estas palabras: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.” (Mt 5:3)

Todo esto apunta a una realidad que entra en conflicto con el pensamiento de este mundo, una realidad que Pablo expresa muy bien en la segunda carta a los corintios:

Por eso me complazco en las debilidades, en insultos en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.” (2 Co 12:10)

La realidad es que somos débiles, y Dios, en su misericordia, nos ha pedido que simplemente reconozcamos esa verdad continuamente. La vida cristiana implica reconocer cada día nuestra propia debilidad, de modo que confiemos en Cristo y no en nuestras propias fuerzas. Esto implica que hagamos uso de todos los medios de gracia: la oración, la Escritura, la comunión entre hermanos, la adoración, etc.